jueves, 19 de noviembre de 2009

Con espíritu de superación dos pastores dan de comer a más de 40

La horita feliz” es literalmente eso. Un momento del sábado donde muchos chicos de Barrio Nuevo se acercan para poder tener

un plato de comida. Así se denomina, en la calle Piedra Buena, el

improvisado comedor comunitario que montaron, con muy pocos recursos,

Adriana y Horacio. Ellos son pastores evangélicos y en su hogar se les

da el almuerzo y la merienda a más de 40 niños del barrio y en época

de vacaciones han llegado a concurrir hasta 75 chicos, cuenta Adriana, feliz de atender a los más necesitados.




El matrimonio empezó de cero, en su pequeña vivienda, sin ollas y con

pocos utensilios de cocina, que no alcanzaban para preparar la comida

a tantos niños. Tampoco tiene recursos, el comedor funciona con la

colaboración de algunos vecinos, y así “se hace lo que se puede”.



Entre las vecinas juntan fideos, arroz, papas y preparan todo el

sábado desde muy temprano. Entrado el mediodía las risas y peleas de

los niños comienzan a hacerse escuchar. Ellos vienen a ver a “la

abuela” como la llaman a Adriana, porque es el momento de la horita

feliz. Quizás, el único día de la semana donde pueden disfrutar y

jugar con sus amiguitos del barrio. Para los chicos es “un escape”, la

pobreza y la indigencia de sus familias viene de la mano de muchos

problemas en los hogares, desde violencia familiar, alcoholismo,

drogas y prostitución. En el comedor no solo se les da el almuerzo y

la merienda
, también “se educa desde la palabra, por medio de

lecciones bíblicas
”, como las denominan Adriana y Horacio, pastores de

la pequeña iglesia. La higiene, el respeto, la reproducción sexual son

temas concurrentes en el lugar, Luego del almuerzo, los niños juegan,

dibujan y plasman sus sueños en afiches y collages.



También funciona un taller de pintura y la idea es dictar un curso de corte y

confección y un taller de alfabetización.

El lugar es chico pero los sueños y las ganas de ayudar son muy

grandes, la familia pretende agrandar el salón, pero la situación

actual no les permite contar con los recursos económicos para

concretar la ampliación. Si se destina la poca plata que hay para

concretar la construcción, el comedor debería dejar de funcionar por

un mes, y las prioridades de los chicos son más importantes que

cualquier obra, enfatiza Adriana.



En un principio las mesas donde almorzaban los pequeños se

improvisaban con las puertas de un ropero, que había que desarmar cada

sábado para que los chicos puedan comer. En julio de este año, Horacio

que es enfermero del hospital, se logró contactar con el “Club de

Leones”
que le brindó una mano muy grande. Les trajeron mesas y

caballetes, ropa, calzado y 120 litros de leche para los chicos.

Además para el día del niño, llegaron al barrio con un inflable y la

casa de Adriana se colmó de alegría y felicidad. Fue un momento muy

emotivo, “a veces mis chicos se dormían en la silla por la falta de

alimentación, verlos jugar y reír fue realmente muy emocionante




En “La horita feliz” cocinan lo que se consigue: albóndigas, fideos,

guisos. Todo es rico para los pequeños, ya que muchos almuerzan en los

comederos escolares y el fin de semana se quedan sin comer. Las

muchachas del comedor hacen hasta lo imposible para tener todo listo

el sábado al mediodía. La cocina esta rota, funcionan solo dos

hornallas y el horno casi no se puede prender
. Pero con poco se hace

mucho, dicen los pastores, y desde temprano las únicas dos hornallas

se turnan para cocinar el tuco y todos los alimentos. Por eso empiezan

con mucha anticipación. A veces con una sola olla se prepara comida

para 40 personas
. La hermana de Adriana, a pesar de padecer un

discapacidad colabora muchísimo y se ocupa de la atención de los niños

de más corta edad. El resto de la familia también presta su ayuda.



Los sábados el matrimonio recibe la visita de sus cuatro hijos y doce

nietos para esperar al resto de los niños que aguardan con ansias la

llegada del almuerzo. Los demás nietos postizos llegan alborotados y

con muchas ganas de ver a la abuela y al resto de la familia para

compartir un riquísimo almuerzo y una tarde entretenida colmada de

juegos, aprendizajes y sobre todo mucho cariño y contención.


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